Se cumple un año del confinamiento en el país y de la
incertidumbre que todo esto traería en los meses siguientes. Nadie pensaba que
esto se prolongaría tanto tiempo y, por ende, tendríamos que permanecer
enclaustrados por largos periodos como ha venido sucediendo. Un año cuando
negocios, escuelas, comercios y prácticamente toda actividad económica se
detuvo. Voces decían “serán unas cuantas semanas”, “en pocos días regresaremos
a la normalidad”, “es por pura prevención, no pasa nada”, sin entender que esas
declaraciones tendrían eco mucho más allá de las palabras que se las llevó el
viento como sin nada.
Sin embargo, los meses siguieron pasando, la perplejidad aumentaba
al no ver una pronta salida y respuesta a un fenómeno que, por obvias razones,
tomó a todos por sorpresa. De pronto los días se volvieron semanas, las semanas
en meses y los meses, en un año. Los pronósticos de regresar para finales de
Semana Santa no se cumplieron y, por el contrario, se tradujeron en meras
especulaciones vacías sin sustento alguno. El dominio de la pandemia no era
cierto, la luz al final del túnel prometida por el gobierno simplemente no
alumbraba ningún panorama a corto o mediano plazo, y poco a poco las promesas
de retorno se volvieron espejismos que sirvieron para vender una idea
inexistente.
Miles de personas abarrotando los supermercados en busca del último
papel de baño se volvieron las imágenes del inicio de la pandemia; quizás
muchos ya auguraban el largo periodo de confinamiento al que estaríamos
expuestos y decidieron no dejar anda al azar; tal vez fue la euforia y la
imitación lo que provocó estantes vacíos del preciado elemento higiénico. El
punto es que un año después, ni todo el papel del mundo puede detener la
vorágine que ha implicado permanecer cautivos.
Conciertos cancelados, obras de teatro suspendidas, cines
cerrados, parques a clausurados fue una constante, evitando todo contacto
humano y aglomeraciones que incrementara la ya complicada situación.
En un año aprendimos a utilizar las plataformas digitales, nos
acostumbramos a trabajar desde casa, asimilamos hábitos de limpieza que
anteriormente no pasaba por nuestras cabezas; pero también tuvimos a aprender
nuevas formas de convivencia, otras profesiones y descubrimos hobbies. Algunos
quizá aprendieron a cocinar, a tocar un instrumento o le encontraron amor a la
lectura.
Y aunque para una gran parte de la población que no ha podido
quedarse en casa por cuestiones laborales, nos dimos cuenta de lo
imprescindibles que son algunos trabajos. Millones que ante el riesgo debían
mantener su estilo de vida sin cambio, han sido parte fundamental para que la
debacle no sea más grande que lo que hemos vivido. Otros tantos, sin opción
alguna, siguen en la obligación de mantenerse vigentes en sus puestos pues la
misma situación los obliga a correr el riesgo de ingresar al trágico número de
desempleados ante una economía que no perdona y busca cualquier excusa para
aprovecharse del desamparo.
Ha sido un año de altibajos, de tragedias y dolores, pero también
quizás de algunas alegrías, esas que, ante la debacle social, económica,
política, en salud, nos debe mantener a flote para pensar que tal vez, quizá
tal vez, el final de este mal sueño esté más cerca de lo que creemos.
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